El trato mediático al vandalismo de la catedral de Santiago
El 6 de agosto la catedral de Santiago se convirtió en Trending Topic en Twitter. Esta vez los medios de comunicación digital no pusieron su atención en la maravillosa restauración del Pórtico de la Gloria ni en las habituales concentraciones de peregrinos y turistas en este momento del año. La noticia era que una de las estatuas esculpidas en una de las columnas de la fachada de Platerías había sido vandalizada con unas pintadas. Lamentablemente, no se trata de la primera vez que suceden hechos similares. En junio nos enteramos de la intervención irreversible de una escultura del s. XVI en Navarra, que también saltó a los noticiarios.
El origen de la atención mediática a todos estos atentados al patrimonio en la era del 2.0 está en el archiconocido Ecce Homo de Borja. Desde entonces los medios de comunicación agitan la noticia cultural para convertirla en atractiva, avivando las anécdotas y provocando que el artículo se comparta y se difunda. Cuantos más clics y más audiencia, más ganancia para el medio de comunicación. Parece que lo que menos importa es el respeto al arte y su conservación. En el caso de Santiago, por ejemplo, se puso excesivamente el foco en cómo se pintó la escultura. No importaba que fuera sobre una obra maestra del arte románico, había que explicar que el autor hacía una referencia evidente a un grupo musical. Vamos, si en vez de un atentado contra el patrimonio fuera un asalto a un banco, ¿el periodista diría que el ladrón empleó una voz que recordaba a la de los actores de las películas, con una cadencia determinada?
Pero el papel de la prensa no es lo único preocupante. Según hemos podido leer en redes sociales, hay muchas personas -algunas con estudios y con cierta influencia- que tienen una enorme ignorancia respecto al arte y el patrimonio. Cada una requiere su propia atención.
Por un lado, están los que comparan un grafiti sobre una parte clave de un monumento con el mayor reconocimiento de la Unesco con una pintada sobre la pared de una tienda: este tipo de reduccionismo tan infantil me parece impropio de una sociedad civilizada.
Por otro, hay determinadas personas que intentan razonar que no es para tanto, que es una chiquillada hecha con un rotulador indeleble. La rápida restauración eliminó la pintura, pero todavía se observa el trazo del instrumento que lo realizó. Y los costes de la chiquillada «solamente» han supuesto un coste entre 10.000 y 12.000€. Haciendo otra vez un paralelismo, sería defender que un insulto no es un ataque, porque no te deja ninguna huella física.
Por último, están aquellos que no entienden que el buen grafiti es una obra de arte de nuestro mundo contemporáneo, una pieza excepcional que nada tiene que ver con miles malas pintadas sobre una pared. Porque hay quien ha alzado la voz diciendo que esta agresión es culpa de que los grafiteros salen mucho por la televisión, que tienen toda la tolerancia de la sociedad y, claro, ahora todo el mundo quiere imitarlos en cualquier lugar.
En el lado positivo, la reconocida cuenta de Twitter de la Policía Nacional alertaba que “Estas pintadas, además de una falta absoluta de respeto o civismo, son DELITO”. Pero, por desgracia, todo el respeto y civismo que se necesita tiene que venir de un cambio en las políticas educativas. Todos, y no sólo hablo de los que están en edad escolar, tienen que reconocer el valor del patrimonio que nos rodea para entender por qué merece el mayor de los respetos.
Y si no, tendremos que conformarnos con pintar los monumentos de manera virtual, como se hace desde la Opera del Duomo de Florencia.