Cualladó esencial en La Pedrera
En la primavera del año pasado en la sala de exposiciones de Fundació Catalunya La Pedrera se colgaban las fotografías de Xavier Miserachs. Se trató de una antología diferente, ya que recuperaba la totalidad de la producción de este famoso fotógrafo, no sólo sus icónicas imágenes de los años 50 y 60. En aquella muestra se planteaba un hecho del que hoy, bien entrado el siglo XXI, todavía no somos del todo conscientes: que la fantástica generación de fotógrafos españoles que comenzaron su actividad en la posguerra no vivía de estas instantáneas que ahora reconocemos como auténtica expresión artística. En su mayoría eran profesionales, pero poniendo su cámara al servicio de los reportajes de prensa. Era en sus ratos libres cuando experimentaban con su cámara, pero nada más: no existía en España el reconocimiento académico, ni el mercado, ni los coleccionistas, que valorasen en su justa medida la fotografía de esta generación. Además, era muy difícil encontrarse esas instantáneas, algunas muy reproducidas actualmente, fuera de los circuitos fotográficos.
En este contexto de recuperación de una importante personalidad de la fotografía de toda una época se desarrolla la nueva exposición de La Pedrera. Cualladó esencial recopila la actividad de este fotógrafo con la selección de su comisario, el también fotógrafo Antonio Tabernero. Gabriel Cualladó (1925-2003) pertenece a la generación de los Massats, de los Miserachs. También fue miembro del prestigioso Grupo Afal, fundador del grupo La Palangana y formó parte de la Escuela de Madrid. Desde mi punto de vista, todavía no ha terminado de llegar al gran público, lo que hace que todavía sea un autor relativamente poco conocido. Sin embargo, Antonio Tabernero nos advertía en la visita a prescriptores culturales que Cualladó era muy renombrado, admirado y valorado entre los profesionales de la cámara. ¿Los motivos? La libertad de composición y encuadres, el uso de la luz natural y la facilidad que tenía de hacer buenas fotos aprovechando cada uno de los negativos de los carretes.
Gabriel Cualladó no vivía de la fotografía artística, como casi todos sus compañeros de generación. Pero, al contrario del resto de colegas, quienes a menudo tenían que ilustrar las noticias y reportajes de prensa con sus imágenes profesionales, Cualladó no trabajaba con la cámara, por lo que siempre se consideró a sí mismo como un fotógrafo amateur. El acercamiento de Gabriel Cualladó a la fotografía se acompañó de una formación ilustrada, teórica: Antonio Tabernero, que lo trató mucho, nos contaba que desde joven adquiría todo lo que se publicaba sobre fotografía en libros y revistas, acumulando una espectacular biblioteca temática, quizá la mejor de España en la materia. Mientras los fotógrafos de toda una generación se valían de su experiencia para hacer cada instantánea, Cualladó se aproximaba a la cámara de forma intuitiva, con una amplia base teórica y una libertad creativa que, probablemente, no podían tener los fotógrafos profesionales.
En sus fotografías aparecen a menudo personas retratadas. No se trata de un retrato psicológico, que habla del pasado y presente del retratado, ni una precisa captación de un instante fugaz e irrepetible. No se percibe apenas la invasión del acto fotográfico: son presencias humanas, rotundas, completas, con los cuerpos y rostros modelados por las luces y sombras. Aunque cada foto se titula con el nombre de su retratado, no tiene sentido preguntar quién es esa persona, qué hace en ese momento, por qué está ahí. Es buena fotografía, sin más pretensión que la de exponer un trabajo fotográfico coherente, con unos valores intimistas y poéticos que lo alejan de cualquier parecido con un reportaje. Los máximos ejemplos de estas imágenes están en las fotografías realizadas en Asturias en sus vacaciones de verano. Esta habilidad, la de trabajar con pocos recursos y pocas aspiraciones en la búsqueda de algo alrededor de cada instantánea, es la que tanto admiraban sus contemporáneos y la que estamos descubriendo 50 años después, con fotografías que no sólo siguen vigentes, sino que son todavía más admirables por sus encuadres valientes y el delicado trabajo de luces y sombras.
Otra de las grandes series de Gabriel Cualladó se desarrolla en París. En 1962 fue invitado a la capital francesa junto a otros 11 fotógrafos españoles. La frescura juvenil de cada foto, la libertad compositiva, la original forma de abordar con naturalidad las calles y transeúntes de París lo relacionan con la contemporánea Nouvelle Vague: una oleada de cineastas que también querían llenar el cine de atrevimiento, alejándolo de los viejos corsés y las fórmulas más repetidas.
Gabriel Cualladó persiguió toda su carrera la profundización en los elementos no perceptibles en cada instantánea. Así lo hace en su serie de El Rastro (1980-81), en donde construye escenas que subrayan la viveza y lo extraordinario de cada parada del popular mercadillo madrileño. Estas fotografías le otorgaron cierta fama y le permitieron fotografiar, con su particular visión, la Feria Arco y el Museo Thyssen de Madrid. Pero, como siempre, no hay que buscar una composición clásica en la que los cuadros y las obras expuestas son las protagonistas: importa cómo se desenvuelve el público por las salas, la singular manera de cada uno de enfrentarse como espectador a una pintura, las composiciones arriesgadas e inusuales, pero no incómodas.
En definitiva, Cualladó Esencial nos explica que todavía existen artistas que, lamentablemente, no tuvieron en su día una adecuada consideración, por lo que hay que encontrarse con la fuerza y modernidad de su obra algunas décadas después. No es tarde para acercarse a la fotografía íntima, poética y valiente de Gabriel Cualladó.