Lo que las nuevas películas de Disney enseñan a los museos

En los últimos años Disney está haciendo una revisión de sus cintas más clásicas: Aladdín, El Rey León, La Bella y la Bestia, Dumbo…Todos los críticos hacen las mismas reflexiones: son películas que replican plano por plano las originales, utilizando los mismos diálogos, sin aportar nada. Lo único que hay es una revisitación de la película, pero utilizando la última tecnología digital para conseguir un efecto impactante sobre el espectador. El resultado: los animales son más reales que nunca, los actores famosos que encarnan a los anteriores personajes de animación también funcionan dentro del espíritu Disney. Pero quizá no hacía falta hacer una película exacta a la antigua.

A algunos museos le pasa algo parecido: se dejan asombrar por la última tecnología. Quieren la última moda en dispositivos para sus instituciones, para replicar sin más el discurso que había hasta ahora en su museo, como sí con ese cambio viniera de repente una mejora en el número de visitantes. Se ha reflexionado sobre ello en el pasado evento “Cultura 4.0: Estrategias digitales para el arte y la cultura en un mundo hiperconectado”, con las conferencias de Susana Funes y Conxa Rodà. Las dos conferenciantes coincidían en que los museos no debían deslumbrarse por la tecnología, sino que había que pensar una estrategia en la que, por qué no, la tecnología podría ser una herramienta eficaz para conectar obras y público.

Las nuevas tecnologías sólo son un medio y nunca hay que confundirlas con una finalidad en sí misma. Primero hay que saber qué es el discurso se quiere comunicar; después, analizar cómo se puede trasladar al soporte elegido. Seguro que todos tenemos en mente algunos museos pequeños, con poca maniobra para realizar cambios, que han centrado su estrategia de exposiciones en audiovisuales que hoy no funcionan. Esto hace que la experiencia de visita sea realmente negativa, y que su público no recomiende el museo.

No hace falta poblar el espacio expositivo de pantallas, de elementos sonoros y táctiles o de componentes interactivos. Simplemente hay que llevar al presente las salas de las exposiciones, renovar los discursos anticuados y proponer una nueva relación entre las piezas expuestas y los espectadores. A veces, el recurso técnico más complejo para utilizar es el de un simple foco que permita una iluminación más expresiva de las obras y de las salas.

Lo mismo sucede con la estrategia de comunicación. No se necesita una enorme inversión para construir una aplicación que no tiene sentido. Se debe apostar en formación y horas de trabajo alimentando la comunidad online a través de las redes sociales, aportando contenidos originales y atractivos.

Por tanto, si existe la posibilidad de utilizar las nuevas tecnologías para el museo, lo primero que hay que plantear es una estrategia. Disney la tiene: la de llevar sus películas clásicas a la actualidad, emulándolas fotograma a fotograma gracias a las nuevas posibilidades de la técnica. No cuenta nada nuevo, pero para ellos no es importante, ya que quieren seguir sacando provecho a su negocio. Además, ya tienen ganado el corazón de la audiencia, cultivando una relación emocional durante varias generaciones gracias a un complejo sistema de producción de imaginario propio con películas, dibujos, muñecos, parques temáticos, videojuegos…

Sin embargo, el museo rara vez se ha ganado al público por cuestiones sentimentales. Sí que lloramos por los museos y monumentos que desaparecen debido a tragedias, pero los ciudadanos no se acercan a las instituciones culturales porque se sientan identificadas con ellas. En este contexto, la tecnología no debería de ser la respuesta para llegar a conectar con la gente, sino una herramienta. En el centro, la estrategia que una el visitante (virtual y físico) con los objetos del museo con un discurso atractivo y actual.

Porque un museo aburrido con pantallas seguirá siendo un museo aburrido, aunque parezca más moderno.

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