Bartolomé Bermejo, imaginación y técnica al final del gótico

Es importante que un museo recupere las grandes figuras de la Historia del Arte al gran público, por encima de las modas imperantes en las que siempre se repiten los mismos nombres y estilos. Así nos lo hizo saber el director del Museu Nacional d’Art de Catalunya Pepe Serra cuando presentó a un grupo de prescriptores culturales la exposición “Bartolomé Bermejo. El genio rebelde del siglo XV”. Recordó, junto con el jefe del departamento de arte gótico de la institución catalana, que Bermejo, “descubierto” desde hace poco más de un siglo, no sólo es uno de los mejores pintores de su época en España, sino también en Europa.

Bartolomé Bermejo pertenece a esa generación de pintores de la Europa de la segunda mitad del siglo XV que están plenamente influidos por los pintores flamencos. Estos artistas introducen sus fórmulas estilísticas, pero también recurren a la novedosa técnica de la pintura al óleo en sus trabajos. La nueva técnica pictórica permite añadir más y más pinceladas, y con cada una de ellas más y más detalles, una veladura tras otra. Así Bartolomé Bermejo consigue una increíble calidad en las texturas de los tejidos, en el detalle de los rostros o en el naturalismo del mundo animal y vegetal que no se habían visto hasta entonces en ningún artista de la península ibérica.

Detalle de la Resurrección

La primera obra documentada de Bartolomé Bermejo, San Miguel triunfando sobre el demonio de 1468, es una pieza absolutamente madura en la que se observa este detallismo extremo en todas las partes del cuadro. Allí donde pongamos la vista encontraremos un elemento que nos dejará boquiabiertos: la armadura del arcángel se decora con joyas engarzadas que Bermejó pintó con una destreza tal que parece que las podamos tocar; el famoso demonio a sus pies está compuesto de diferentes partes que, a pesar del ensamblaje imaginativo, lo convierten en una bestia admirablemente resuelta, tan creíble en su fantasmagoría que la vemos perfectamente contemporánea; y la forma en que rompe el marco del cuadro, reflejando los espacios más allá de lo pintado, como sucede con la Jerusalén Celeste que refulge sobre la armadura bruñida, un apendizaje de los espejos de la escuela flamenca. Con esta pericia técnica, que sin duda dejaría asombrado a su público contemporáneo, es normal que se atreva a firmar sus obras. Eso sí, no como un cualquiera, sino sobre documentos y notas de papel pintados de manera admirable y que descansan en el suelo de sus obras.

Bartolomé Bermejo. San Miguel triunfando sobre el demonio. 1468 ©The National Gallery, London

¿Cómo llegó Bartolomé Bermejo a ser ese gran artista que conocemos a través de unas decenas de magníficas obras? Poco sabemos de su nacimiento y formación, pero es que en su vida madura también existen bastantes años en los que se pierde su pista. Sus estudiosos están de acuerdo en que Bermejo procedería de una familia de judíos conversos de Córdoba. Las razones para pensar este origen están en que su pintura se convierte en una reafirmación de la fe del autor de manera más interesada que otros pintores contemporáneos: resalta algunos episodios de la vida de Cristo en los que salva al pueblo judío, como el del Descenso de Cristo resucitado al Limbo para rescatar las almas de los patriarcas y demás hebreos que nacieron antes de Jesucristo, pero que han sido justos en sus acciones y su fe hacia Dios; y por su más que probable huida de la Inquisición, muy activa en la Corona de Castilla, hacia la Corona de Aragón, en la que todavía no estaba instaurada. Para un converso este último detalle era fundamental para poder encontrar trabajo sin trabas como pintor. Pero también había que pensar en su propia supervivencia personal, ya que su mujer, otra judía conversa, tuvo procesos documentados por sus actitudes judaizantes.

Bartolomé Bermejo, Descenso de Cristo al Limbo, hacia 1475

Me imagino a Bartolomé Bermejo poniendo su técnica pictórica al servicio de sí mismo. Lo veo trabajando para demostrar que era el mejor pintor de la época, que no había otro como él, para lo cuál exprimía al máximo todos los recursos de los que disponía. Porque, aunque su pintura alcanza la excelencia, sabemos que incumplía sus contratos habitualmente: se especula que podría ser por un carácter un tanto indómito. Por tanto, no le quedaba otra que competir con los demás pintores imponiendo una extraordinaria calidad en sus cuadros. Lo visualizo firmando sus obras, no sólo con su rúbrica sino con su modo de pintar inimitable, pensando: “Superad esto”.

La firma de Bermejo en un detalle del Tríptico de la Madre de Dios de Montserrat

Cada cuadro de Bartolomé Bermejo demuestra que conoce lo que se está haciendo en Flandes, que era el modelo para pintores y clientes de Valencia, la primera ciudad en la que se establece el artista cordobés. La capital del Turia era un puerto bullicioso y lleno de ricos mercaderes de toda Europa. En ella se admiraba a Van Eyck, aunque en la estancia de Bermejo comienzan a introducirse otros modelos, los italianos: esta es una de las razones para pensar que Bermejo se traslada con su estilo flamenquizante a otro destino nuevo, Zaragoza.

Cada obra suya es absolutamente moderna. Todo lo que hace demuestra una imaginación espectacular, que junto a la formación constituye la base del arte de todos los tiempos. Así logra combinar arquitecturas fantasiosas, que proporcionan una lectura simbólica de los paisajes; o materializa terribles demonios que también pueden tener una interpretación extra más allá de su representación del mal.

Otra de las grandezas de Bartolomé Bermejo radica en su excepcional descripción de los elementos naturales. En cada cuadro suyo de la exposición «Bartolomé Bermejo.  El genio rebelde del siglo XV” del Museu Nacional d’Art de Catalunya se puede identificar con la seguridad de un botánico o de un zoólogo cada especie animal y vegetal. Aquí Bartolomé Bermejo puede competir de tú a tú con los conocidos apuntes de la naturaleza de Durero, o con el detalle de los paisajes de Leonardo da Vinci.

En la visita a la muestra de Bartolomé Bermejo en el Museu Nacional d’Art de Catalunya nos detallaron que el pintor, en su estancia de Barcelona, en la que pinta la maravillosa Piedad Desplá, era considerado un gran maestro. No sólo realizaba cuadros, también diseñaba vidrieras o trabajaba en obras efímeras que lamentablemente no han llegado hasta nosotros. Sus contemporáneos sabían de la calidad de Bermejo y los promotores exigían al resto de pintores que lo tomasen como modelo. El historiador Albert Velasco apunta en el catálogo el caso de un supuesto cliente castellano que vive en Brujas y le pide a un buen maestro local, hoy anónimo, que tome como modelo una representación de un santo que Bermejo había pintado en la península ibérica. Un sorprendente ejemplo de como la pintura del maestro cordobés tenía mucha más influencia en su tiempo de lo que nos pensamos.

Bartolomé Bermejo. Piedad Desplà, 1490. © Catedral de Barcelona

Siglos después, durante el primer tercio del siglo XX, cuando la excelente pintura de Bartolomé Bermejo sale a la luz recuperado por los historiadores de la época, también aparecen otros pintores que hacen obra “a la manera de Bermejo”. En este caso, son falsificadores que introducían obras falsas con las que satisfacer -y engañar- a los ávidos compradores del maestro cordobés del siglo XV. La exposición se cierra con tres de estas falsificaciones que indican la importancia que tuvo la figura de Bermejo hace un siglo en términos de coleccionismo. Obras que, por cierto, les cuesta acercarse a la calidad del original.

Imaginación, capacidad de recreación, modernidad y realismo. Son los ingredientes con los que Bartolomé Bermejo demuestra ser el más grande de su época atreviéndose con todo lo que se pone delante. Porque, aunque su pintura es evidentemente de tema religioso, al individualizar cada parte del cuadro nos encontramos con una variedad de los considerados géneros modernos: retratos, paisajes, bodegones…Cuando la pintura es grande, mayúscula, mantiene su vigencia a través de los siglos, como revela la exposición de “Bartolomé Bermejo. El genio rebelde del siglo XV” del Museu Nacional d’Art de Catalunya, abierta hasta el 19 de mayo.

 


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