Arte sonoro en la Fundació Miró

La investigación sobre la relación del arte con el sonido se debate en estos meses dentro de la Fundació Miró de Barcelona. El comisario Arnau Horta plantea desde el título de la exposición “¿Arte sonoro?” si existe una respuesta a la pregunta.

Para ello, en las salas del edificio proyectado por Josep Lluís Sert, se despliegan un buen número de piezas que, de una manera u otra, están relacionadas con el sonido. Son obras que van de los formatos más clásicos, como el óleo sobre lienzo, hasta el vídeo y la instalación.

En el patio de la Fundació Miró, donde se yergue su orgulloso olivo, nos saluda una primera obra: Birdcalls (1972) de Louise Lawler. Es una pieza de audio que imita en cierto modo a la expresión cantora de los pájaros. Pero en vez de una voz musical, recita los nombres de artistas hombres contemporáneos, para reivindicar una mayor presencia de arte femenino.

Entrando en la primera sala se nos introduce por la investigación entre la pintura contemporánea de vanguardia y el sonido. Todos son cuadros que, por primera vez, tratan de transmitir una idea de música al espectador. No son piezas de tema musical para ver con los ojos, sino para dejarse llevar por el sentido del oído. En el cuadro Cantaores de flameco de Sonia Delaunay la explosión de las palmas, el cante y la guitarra se expande en olas cromáticas, como el torbellino de colores, con las formas propias del simultaneísmo creado por los Delaunay.

Cantaores de flamenco (Gran flamenco), 1916. Sonia Delaunay
Centro de Arte Moderna José de Azeredo Perdigão/ Fundação Calouste Gulbenkian, Lisboa

También se examina la partitura, como el código de representación formal del lenguaje musical y sonoro. En una sala se recoge la interpretación de estas páginas desde un punto de vista artístico, performativo (entendido aquí en función del movimiento Fluxus y el arte de la performance, no únicamente de la actuación musical). Pero también de cómo recoger aspectos transgresores, ajenos a la música clásica, como danzas, gestos e incluso disparos, para colocarlos sobre la partitura. Curiosamente, unos meses antes, el Macba de Barcelona presentaba la obra de Christian Marclay, con su partitura gigante que podía ser intervenida por los visitantes y que un músico se encargaba de tocar.

Broken Music (1980) Milan Knízak

El sonido pasa por el cuerpo entero en obras como la Handphone Table (1978) de Laurie Anderson. Aquí los visitantes necesitan sentarse en una mesa, apoyar los codos en unos puntos determinados y tapar los oídos con sus manos: sólo así se puede escuchar la pieza. Tv Experiment (1969-1995) también convierte el sonido en algo corpóreo. En este caso, cuando se habla al micrófono, las ondas sonoras aparecen en las formas abstractas de la pantalla.

Handphone Table (1978), Laurie Anderson
© Fundació Joan Miró, Barcelona

Hay otras formas de materializar el sonido: Carsten Nicolai lo presenta en forma de escultura, con la pieza Yes/No. Es una doble barra de aluminio, con la onda tridimensional de los sonidos de la afirmación y negación. O sea, la línea que vemos del sonido en pantalla, se transforma en una escultura abstracta.

Yes/ No (2008). Carsten Nicolai

Por último, el silencio también se representa en “¿Arte sonoro?” de la Fundació Miró. Aparecen unas interensantísimas composiciones blancas de John Cage, dedicadas a Cadaqués (1982). En este pueblo de Girona pasó algunos veranos y compone ese paisaje blanco con un collage de folios inmaculados. El maestro del silencioso 4´33´´ convierte en quietud blanca y abstracta el horizonte arquitectónico de esta famosa villa. Joseph Beuys cubre de zinc las cintas de celuloide de la película El silencio de Ingmar Bergman para ahondar más esta ausencia de sonido. Y Paul Kos, en The Sound of Ice Melting (1970) propone una instalación con varios micrófonos rodeando un bloque de hielo derritiéndose. El sonido del movimiento continuo de la naturaleza se reproduce en la sala.


El sonido del hielo derritiéndose (1970). Paul Koss
© Fundació Joan Miró, Barcelona. Foto Davide Camesasca

La exposición de “¿Arte sonoro?” reivindica al artista Rudolf Julius dentro de la muestra, en el 80 aniversario de su nacimiento. Fue uno de los grandes autores que experimentaron con el sonido en el arte, con los altavoces como escultura, como en Singing. Para esta muestra, sus obras se colocan en varios puntos del museo, como en las escaleras, no sólo dentro de la exposición. Y una de sus obras, Orador solitario, con rezos que se escuchan desde un altavoz, acompaña adecuadamente al tríptico Pintura sobre fondo blanco para la celda de un solitario I, II y III de Joan Miró.

Tríptico: Pintura sobre fondo blanco para la celda de un solitario (1968), Joan Miró
© Fundació Joan Miró, Barcelona

Desde mi punto de vista, tengo una respuesta personal para la pregunta de la exposición de «¿Arte sonoro?». Para mí, se trata de arte en el espacio. Son obras que se expanden hacia todos los rincones de las salas mediante las ondas sonoras, o que se introducen literalmente en el cuerpo, como la pieza de Laurie Anderson.

Por tanto, se exige la interacción constante del espectador, que puede encontrar la exposición asombrosa e incluso divertida. Creo que es una exposición ideal para ir con niños. En «¿Arte sonoro?» de la Fundació Miró hay que examinar las obras, recorrerlas, escucharlas, buscar su sonido: nos encontramos con otra manera de admirar el arte del siglo XX y siglo XXI con los grandes nombres de la experimentación contemporánea.


Exposición «¿Arte sonoro?» en la Fundació Miró de Barcelona: hasta el 23 de febrero de 2020


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